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Compuesto: 1919-1920

Duración: c. 13 minutos

Orquestación: 3 flautas (3ª = flautín), 3 oboes (3ª = corno inglés), 2 clarinetes, clarinete bajo, 2 fagotes, contrafagot, 4 trompas, 3 trompetas, 3 trombones, tuba, timbales, percusión (bombo, castañuelas, crótalos, platillos, glockenspiel, caja, tam-tam, pandereta y triángulo), 2 arpas y cuerdas.

Primera actuación de la Filarmónica de Los Ángeles: 10 de octubre de 1924, Walter Henry Rothwell dirigiendo

Sobre esta pieza

Ravel, como impresionista, era expresivamente más autónomo que el inventor de ese estilo, Debussy, pero en al menos dos composiciones se movió audazmente en la dirección del expresionismo, donde la distorsión se convirtió en símbolo de la realidad. La primera de ellas en el ámbito orquestal fue La valse. (La segunda fue Concierto para Left Hand. En la literatura solista piano , ya había dado algunos pasos en Le gibet y Scarbo de Gaspard de la nuit, y en Valses nobles et sentimentales).

La valse ocupa un lugar especial en la producción de Ravel, ya que contiene un escalofriante comentario social, concretamente el retrato en sus páginas finales de los frenéticos estertores de los restos de la sociedad imperial del siglo XIX, simbolizados por su obsesión dancística, el vals. Ravel había planeado la obra ya en 1906 como homenaje a Johann Strauss y en aquella época se refería a ella como Wien (Viena). Pero 14 años y la Primera Guerra Mundial se interpusieron entre su génesis y su finalización. Sin duda, el catastrófico conflicto afectó enormemente al carácter de la música, lo que puede haber sido la razón por la que Serge Diaghilev rechazó la partitura tras haberla encargado para sus Ballets Rusos. El cambio de título era una necesidad obvia.

El propio Ravel añadió una nota descriptiva a la partitura, en la que se lee: "Al principio, la escena está marcada por una especie de niebla arremolinada a través de la cual se distinguen, vaga e intermitentemente, las parejas que bailan el vals. Poco a poco, los vapores comienzan a disiparse y la iluminación se hace más clara, revelando un inmenso salón de baile repleto de bailarines. El resplandor de los candelabros alcanza su máximo esplendor. Un ballet imperial hacia 1855".

Las nieblas se crean primero con violonchelos y contrabajos apagados que tocan trémolos; a ellos se unen las cuerdas más agudas, el arpa y los timbales. A partir de ahí, una figura intenta tomar forma en los fagotes, luego en el clarinete bajo y los clarinetes, y después en las cuerdas. Las flautas y los violines añaden sus voces fragmentadas, hasta que por fin las violas y los fagotes emergen para hacer una declaración melódica definida incluso a través de los continuos remolinos orquestales, que ahora amenazan con dispersarse. Finalmente, las cuerdas se imponen y presentan el primer tema en toda su exuberante gloria de vals. Esta es la señal para que la danza comience en serio, y otras melodías aparecen en profusión, por ejemplo, una cadenciosa cantada por un oboe, una boyante ofrecida por una trompeta, etc. Intrigantes combinaciones instrumentales animan la escena en un deslumbrante despliegue de incomparables colores orquestales ravelianos. Pero esta elegancia está destinada a ser violada. El vals se distorsiona grotescamente cuando los ritmos y las armonías chocan salvajemente y la orquesta inicia una erupción tumultuosa que prosigue en una orgía instrumental caótica hasta que, agotadas todas las energías, cinco unísonos estruendosos a toda orquesta ponen fin a la obra de forma estremecedora.

-Orrin Howard