Noble, encantador, sobrio, modesto. Tales cualidades pueden desempeñar un papel importante en la convivencia humana y son ciertamente apreciadas. Sin embargo, son bastante atípicas en personalidades extraordinarias como los directores de orquesta. Cualquiera que sea la noción que el público en general tenga de un director de orquesta , Herbert Blomstedt es una excepción, precisamente porque posee esas mismas cualidades que aparentemente tienen tan poco que ver con la pretensión de poder de un director de orquesta. El hecho de que desmienta los clichés habituales en muchos aspectos no debería llevar a suponer que no tiene poder para hacer valer sus objetivos musicales claramente definidos. Cualquiera que haya asistido a los ensayos de Herbert Blomstedt y haya experimentado su concentración en la esencia de la música, la precisión en el fraseo de los hechos y circunstancias musicales tal y como aparecen en la partitura, la tenacidad en cuanto a la aplicación de un punto de vista estético, es probable que se haya sorprendido de cuán pocas medidas despóticas fueron necesarias para este fin. Básicamente, Herbert Blomstedt siempre ha representado ese tipo de artista cuya competencia profesional y autoridad natural hacen superfluo todo énfasis externo. Su trabajo como director de orquesta está inseparablemente ligado a su ethos religioso y humano, y sus interpretaciones combinan una gran fidelidad a la partitura y una precisión analítica, con una emotividad que despierta la música a una vida palpitante. En sus más de sesenta años de carrera, ha adquirido el respeto irrestricto del mundo musical.