Saltar al contenido de la página

De un vistazo

Compuesto: 1786

Duración: c. 30 minutos

Orquestación: flauta, 2 oboes, 2 fagotes, 2 trompas, 2 trompetas, timbales, cuerdas y solista piano

Primera interpretación de la Filarmónica de Los Ángeles: 16 de noviembre de 1961, con el solista Leon Fleisher, Walter Hendl dirigiendo

Sobre esta pieza

El indiscutible genio de Mozart nos ha bendecido con una gran riqueza de tesoros musicales, pero muy pocos géneros están tan bien surtidos como el concierto piano . Incluso si comenzamos el inventario con el nº 9 y pasamos por alto el nº 10 (que requiere dos pianos), hay 17 ejemplos maduros de esta forma híbrida en el catálogo de Mozart, igualando o superando el almacén de sinfonías, cuartetos, sonatas y óperas estándar del maestro nacido en Salzburgo.

La síntesis de estilo sinfónico, despliegue solista y caracterización operística en estas obras las hace difíciles de igualar como realización idealizada de la obra de arte clásica. Equilibrando la belleza y la nobleza de la expresión con la gama emocional de los contornos melódicos expresivos que hablan volúmenes sin necesidad de los detalles de ningún texto, estas partituras nos brindan una oportunidad sin igual de experimentar el milagro de Mozart, especialmente cuando se dirige desde el teclado.

Entre sus conciertos para piano , el nº 25 (la última de las tres obras en do mayor) ocupa un lugar destacado por su sublime integración de las múltiples dotes del compositor. La apertura está marcada como maestoso, pero pronto se aprecian otras muchas cualidades que van más allá de la mera majestuosidad. Los cambios al modo menor aportan una pizca de incertidumbre y vacilación al escenario heroico que se representa, aunque sin palabras. El amplio uso de los instrumentos de viento nos recuerda el asombroso don de Mozart para la orquestación, no sólo en el mercurial movimiento de apertura, sino en todo el concierto. Mozart no nos dejó ninguna cadencia para el primer movimiento, lo que permite a los solistas elegir una de otro intérprete, o preparar e interpretar la suya propia.

El contraste es un elemento esencial en el arsenal de Mozart, y el segundo movimiento de este concierto proporciona una amplia demostración de ello. Después del movimiento de apertura discursivo y extendido, el centro lírico del concierto permanece distante y elocuente, un oasis de reflexión tranquila en el que piano se exploran y explotan los registros extremos del mismo.

Haciéndose eco de la práctica habitual en los movimientos de apertura, Mozart comienza el final con una exposición completa de los temas por parte de la orquesta. Como es habitual en los finales de concierto de Mozart, el escenario que sigue se ve perturbado por las sorpresas que surgen a lo largo del camino, y Mozart aporta mucha pompa para redondear las grandiosas páginas iniciales de la obra. -Dennis Bade